domingo, 30 de marzo de 2014

Un speech que di

En ánimos de animarme (jejeje) a escribir más, estoy compartiéndoles algunas cosas que he escrito desde que actually escribía más seguido en este blog. Aquí les va un discurso que compartí en la graduación de la UPR de Humacao en el 2012. 



Buenas tardes a todos, Dra. Carmen Hernández (Rectora de este Recinto), Decanos, Profesores, Empleados, Estudiantes, Familiares y Amigos. Muchas gracias por su invitación. Reconozco que no me siento como la más capacitada para hablarles a ustedes hoy, y les aseguro que me están temblando las rodillas y los dientes y todo. No obstante, a la vez, me siento muy honrada de la oportunidad de compartir con ustedes algunas de las cosas que he aprendido en los últimos años. Como bióloga formada en la UPR de Humacao, intenté abordar este reto utilizando un poco del método científico que aprendí de mis queridos profesores a través de mis años aquí. Me disculpan los científicos sociales o los humanistas que quizás tienen críticas a este modelo, pero bueno… Prometo hablarles del corazón.

En el proceso de prepararme para hablarles, como aprendí en la universidad, hice una pequeña revisión de literatura. Busqué en discursos conocidos de políticos, de inventores, escritores, pintores, entre otros. Incluso, hice un sondeo en mi cuenta de Twitter sobre qué las personas hubieran querido escuchar en su graduación. Siendo personas con trasfondos muy diversos, me pareció curioso notar varios elementos comunes en lo que le compartirían a otros estudiantes como ustedes. De ahí plantié mi problema. ¿Qué puede aportar una joven de 24 años a la vida de sus compañeros en estos próximos minutos?

¿Mi hipótesis? Que nadie tiene una historia mejor ni una historia peor. Que nuestras historias son todas importantes, son poderosas, y son capaces de comunicar verdades que de otra forma serían imposibles de explicar. Se aprende de la profesora y del profesor, pero también se aprende del compañero de clase, se aprende del empleado en la tienda, y del deambulante, y de la vecina. Y es que lamento decirles que el aprendizaje no se termina con la universidad. Si deseamos, la vida constantemente nos enseña lecciones y nos toca tener la sensibilidad de escuchar esa voz de la Vida en las personas que nos rodean. Entre las cosas más importantes que aprendido en tiempos recientes, hay tres cosas que resaltan y que quiero compartirles hoy.

Lo primero: Muchos de ustedes deben sentir una mezcla de emoción con susto en el día de hoy. ¿Y qué si no consigo el trabajo que quiero? A lo mejor no saben muy bien cuál será su próximo paso, o tal vez algunos ya tienen muchísimos planes para sus vidas, y eso es importante. Necesitamos metas, necesitamos dirigirnos a alguna parte.  No obstante, necesitamos también estar abiertos a los cambios, a la incertidumbre de los nuevos retos. Yo desde pequeña vivía obsesionada con saber qué estudiaría cuando fuese grande. Recuerdo como a eso de los 8 años haber tenido el dilema de no saber si quería ser bióloga marina (porque me encantaba el mar) o ginecóloga (porque vivía fascinada con los bebés y la medicina). Mi papá, creyéndome más maliciosa de lo que era, me dijo, “Pues fácil, Sahily. ¿Por qué no eres ginecóloga marina?”. Muy ingenua, se lo conté a medio mundo, hasta que luego alguien me dejó saber que tal profesión no existía. Desde entonces debí saber que se planifica y se sueña, pero necesitamos tener flexibilidad para aceptar que la vida nos sorprende, que cambia, y que si somos inteligentes, aprenderemos a adaptarnos. Nunca a conformarnos, pero sí a adaptarnos. A veces nos obsesionamos con planificar cada detalle de la vida, y si las cosas no salen como queremos, nos frustramos y queremos enganchar los guantes…. Pero, no hay por qué tenerle demasiado miedo al cambio, a la incertidumbre de lo desconocido, a la experimentación, porque sin eso, creo que la vida… sería realmente aburrida.  

Lo segundo que deseo compartirles va de la mano con lo primero, y es algo que aprendí de mi mamá y de mi papá desde pequeña. Necesitamos hacer de los fracasos un ejercicio a la imaginación. Y ustedes pensarán que es inapropiado hablar de fracasos en un día donde todos estamos celebrando sus logros y su éxito, pero sería irresponsable de mi parte no recordarles que el fracaso es parte de la vida. O si no,  recuerden como se sintieron cuando sacaron su primera F en la universidad, o cuando se tuvieron que dar de baja de alguna clase. Yo… Me acuerdo bastante bien de esos momentos, jejeje. ¿Cómo lograron superar ese fracaso? ¿Reintentando la misma fórmula? Seguramente no. Decía Einstein que la definición de la locura era intentar lo mismo esperando resultados diferentes. Nunca voy a olvidar en mi primer semestre de la universidad lo que nos compartió nuestro profesor de humanidades, y es que lo mejor que nos da tener una educación es darnos cuenta que tenemos opciones, que podemos decidir. Tenemos la capacidad de buscar alternativas, de no quedarnos estancado o estancada en el problema. ¿Cómo aprendemos de ellos? ¿Cómo los usamos a nuestro favor? A esto, podríamos llamarle “resiliencia”, la capacidad de aguantar los embates de la vida y sobrevivir los cambios de planes con más fuerza y mayor sabiduría. Muchas de las mejores cosas que he recibido de la vida, de las lecciones más importantes, han surgido de los momentos donde peor y más fracasada me he sentido. No obstante, como leí en una cita de JK Rowling en estos días, “Cuando tocamos el fondo en la vida, esto se vuelve en un cimiento sólido sobre el cual construir.” El fracaso es una parte inescapable de la vida, pero si los usamos a nuestro favor, pueden acabar siendo los momentos que definen nuestra vida para bien.

Lo tercero y último que he aprendido, y quizás lo más importante que he podido experimentar y aplicar con mi propia vida es lo siguiente. Cuando comencé la universidad, realmente no sabía que quería estudiar. Me gustaba la música, la literatura, la educación, la psicología, el arte, el debate, en fin, ¡todo! No sabía lo que quería hacer pero tenía una convicción muy profunda, influenciada en gran manera por mi fe en Jesús, de que quería hacer algo por aportar a mi país, a mi mundo. La universidad fue para mí un espacio de darle estirones a mi mente,  de aprender sobre nuevas ideas, y reformular mi definición de la vida y de mí misma. Entre las muchas vueltas que dio la vida en esos años, encontré en la biología una forma de combinar mis intereses y de alimentar mi curiosidad de niña. Aprendí a amar y a respetar la naturaleza y al ser humano desde una nueva perspectiva. Sobre todo, la universidad me enseñó que no tenía que escoger entre ciencia y arte, entre humanismo o biología, que todo formaba parte de un todo, que hay arte en mirar un tejido bajo el microscopio, y que hay ciencia detrás de una obra de arte.

No obstante, seguía y sigue dentro de mí esa vocación por contribuir, por dejar una huella. Decidí estudiar medicina y encontrar alguna manera de combinar mi pasión por la investigación y por el servicio. Permítanme decirles… No es un camino fácil. Vivimos en un mundo que predica el consumismo, el individualismo, el egoísmo y la falta de solidaridad. Constantemente vivimos (y vivo, porque no estoy exenta) esa tentación terrible de renunciar a nuestros ideales y dejar de esforzarnos por un mejor mundo. Incluso, nada más la idea de cuestionar la situación actual, o de soñar con una sociedad mejor se ha vuelto trillada, y tachamos de ilusos o de idealistas a los que hablan en esos términos. Es más fácil vivir para nosotros, vivir como si no importara más nadie excepto nuestro bienestar y nuestro éxito. No obstante, les aseguro, con mis pocos años de vida, pero les aseguro… Esa es una receta para una vida vacía y sin sentido. Cuando estoy a las 2 de la mañana amanecida aprendiéndome los nombres larguísimos de los medicamentos, o como este último mes, cuando he estado semanas corridas sin hacer otra cosa que no sea estudiar para mi primera reválida, hay una sola cosa que me hace esforzarme con una sonrisa en los labios. Es esto: el compromiso profundo que siento con mi país, de devolverle lo que ha invertido y está invirtiendo en mí mediante una buena educación, de ser parte, de decir presente y estar realmente presente. No hay cosa que me traiga mayor satisfacción que el saber que mi profesión no va a ser sólo una manera de generar ingresos, sino una manera de servir, una vocación de vida. ¿Y lo mejor de todo? Al final del día, no me hace falta tener un título para contribuir. Desde ya, todos tenemos maneras de involucrarnos. De empezar a forjar un Puerto Rico más compasivo, más justo, más solidario. En el Recinto de Ciencias Médicas, dos o tres comenzamos un grupo llamado “Recinto Pa’ La Calle”, donde semanalmente nos acercamos a nuestros vecinos en la calle alrededor del Centro Médico. Más allá de la atención médica o la comida que le brindamos, les prestamos nuestros oídos. Escuchamos sus historias. Los abrazamos, los tocamos, los miramos. Nos aprendemos sus nombres, y ellos nos brindan su confianza y su amistad.

Podría hablarles de eso toda la tarde, pero tengo que ser breve. Como hablaba ayer con un amigo, yo no quiero ser un ejemplo. Yo creo que todos aquí ya somos un ejemplo, podemos ser un ejemplo. Miren a su alrededor. Realmente miren. Miren la situación de nuestro país. Miren en su vecindario, miren en los semáforos, miren en el supermercado, en su trabajo, en su universidad. ¿Cómo podemos usar nuestras profesiones para el bien de nuestro país, y por qué no, del mundo? Entre las cosas que coincidían los escritos que leí y la gente que contestó en mi Twitter, todos coincidieron en lo siguiente: las lecciones más importantes de la vida no están necesariamente en el libro, sino en la gente, en sus historias, porque como dije al principio, tenemos algo que aprender de cada persona que nos rodea.

Pero como me decía mi papá… La distancia más larga que recorre el conocimiento es de la mente [aquí] al corazón [aquí]. Podemos saber estas cosas, decir que las conocemos, pero si no se vuelven parte de quiénes somos, de lo que nos define, será muy fácil dejarnos llevar por las presiones sociales. No hace falta más que mirar a la situación de nuestro país y nuestro mundo para saber a dónde conduce vivir de esa manera. No obstante, cuando enfrentamos la vida, incluyendo los fracasos, con apertura, con imaginación, con resiliencia, y sobre todo, con una profunda convicción de que nuestra historia tiene propósito y contribuye, la cosa es completamente distinta. En esa clase de vida, importa poco el carro que manejas, o la casa que tienes, porque la felicidad y la satisfacción están basadas en algo mejor, en algo mayor.

En fin, les invito a que se atrevan a dar el primer paso hacia los cambios y no esperar que las cosas pasen solas, a limpiarse los codos y seguir levantándose luego de cada caída porque al final del día la perseverancia vence la agilidad, y la tortuga termina ganándole a la liebre. Sobre todo, les exhorto a que no sólo hablemos sino que vivamos nuestros ideales, a que nos arrojemos detrás de nuestros sueños hasta que éstos se cansen de correr de nosotros. No se olviden de dónde vinieron, de las experiencias que adquirieron aquí. No dejen de leer, no dejen de cuestionarse, no dejen de aprender. En ustedes está la capacidad, la educación, las destrezas, y las herramientas para poner el nombre de nuestra Alma Mater en alto. Mientras tanto, yo estaré a la expectativa de escuchar las historias impresionantes y llenas de valor y de vida que surgen de ustedes, la clase graduanda del 2012 de la Universidad de Puerto Rico en Humacao. Desde ya, soy su admiradora. Me enorgullecen sus logros en el día de hoy, y sé que nos seguiremos encontrando en el camino. Muchas bendiciones y muchas felicidades.



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